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La Broma Que Mató a “Papayita”

En Torreón, un trabajador de limpia murió envenenado tras una “travesura” de sus compañeros: la crueldad disfrazada de chiste se cobró una vida y exhibió la podredumbre del acoso laboral.

Las bromas que matan tienen una cualidad perversa: revelan lo que somos como sociedad. No sólo porque alguien decide jugar con la vida de otro, sino porque alrededor todos miran, ríen o callan. Así murió Carlos Gurrola Arguijo, “Papayita”, trabajador de limpia en un supermercado de Torreón, Coahuila: envenenado, en teoría por una “broma” de sus compañeros.

La historia es brutal en su simpleza. Carlos, 47 años, humilde, trabajador de limpieza. Al regresar de su comida, bebió de su botella y notó el sabor extraño. La arrojó, pero ya era tarde: vinieron los vómitos, el hospital, la agonía. Días después, la muerte. La Fiscalía investiga, la familia denuncia que no era la primera vez: le escondían la comida, le robaban el celular, lo acosaban a diario. La “broma” fue la culminación de un hostigamiento tolerado.

El desengrasante en la botella no es sólo evidencia de un crimen, es la metáfora de un sistema podrido: la vida de un trabajador vale tan poco que puede ser juguete, castigo, chiste.

La empresa donde ocurrió el hecho no puede fingir sorpresa. El acoso laboral no nace de un día, se construye con silencios, omisiones, complicidad. Los responsables no son solo quienes pusieron la sustancia, sino también quienes normalizaron un ambiente de violencia y burla contra un hombre al que apodaban “Papayita” para reducirlo a caricatura. ¿Dónde estaban los jefes? ¿Qué protocolos existen para prevenir el acoso?

Llamar a esto “broma de mal gusto” es una ofensa. No hay gracia en envenenar, no hay camaradería en humillar. Hay delitos: homicidio, hostigamiento, omisión patronal. Y hay responsabilidades legales que deben llegar hasta el último eslabón. Pero lo más importante es reconocer lo que esto refleja de nosotros: una cultura laboral donde la crueldad se maquilla de chiste, donde la dignidad del trabajador es invisible.

La muerte de Carlos no puede quedar en carpeta de investigación ni en recuerdo viral de redes sociales. Si permitimos que se catalogue como accidente, habremos perdido todos. Porque lo que está en juego no es solo la memoria de un hombre, sino el límite entre la convivencia y la barbarie. En México, al parecer, todavía tenemos que aprender que una vida no se juega, ni siquiera en broma.

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