El discurso oficial presume un paraíso educativo: becas universales, desayunos para todos y programas de apoyo que supuestamente blindan a la niñez bajacaliforniana, el problema es que mientras el gobierno se toma la foto entregando beneficios, los salones siguen vacíos. Los maestros del SETE cumplen ya diez días en paro porque no se les paga lo que se les debe, ni se han atendido sus exigencias básicas de seguridad y regularización laboral.
La incongruencia es grosera ¿De qué sirven las becas si no hay quien dé clases? ¿Qué sentido tiene repartir desayunos escolares cuando las puertas de los planteles permanecen cerradas? El mensaje oficial dice “nadie se queda atrás”, pero los estudiantes sí se quedan atrás, esperando un sistema educativo que funciona a medias.
Los maestros no piden lujos, reclaman que se les cubran los salarios pendientes, que se respeten los derechos de interinos y que se revisen protocolos escolares que los exponen en situaciones de emergencia, demandas mínimas para cualquier Estado que se atreva a presumir que la educación es “prioridad”, sin embargo la respuesta del gobierno ha sido el clásico libreto: mesas de trabajo, promesas vagas y aplazamientos que no resuelven nada.
La consecuencia es clara: miles de alumnos sin clases, padres frustrados y un magisterio cansado de que se les exija compromiso mientras la autoridad no cumple, la narrativa de la “cobertura total” se desmorona con cada día de huelga. Lo que debería ser un sistema sólido, se revela como un espectáculo sostenido por propaganda y selfies oficiales.
El costo político de esta crisis es evidente, la gente ya no compra el cuento de que todo está bajo control, el problema no es la falta de programas sociales, sino la incapacidad para atender lo esencial: pagar a los maestros y garantizar condiciones dignas para que enseñen. Lo demás es oropel.