CDMX .- Tras las lluvias que dejaron más de 40 muertos y miles de damnificados en el centro y sur del país, la presidenta Claudia Sheinbaum afirmó que “era difícil saber que las lluvias serían tan intensas”. El comentario pasará a la historia como ejemplo de cómo el poder puede nadar en tecnicismos mientras la realidad se ahoga.
Difícil saberlo, dice, cuando los sistemas meteorológicos, los reportes de Conagua y hasta las alertas internacionales habían advertido la magnitud de las tormentas, difícil quizá, para un gobierno que prefiere controlar la narrativa antes que coordinar la respuesta, las lluvias no sorprendieron a nadie, salvo a quienes se suponía debían estar preparados.
La presidenta repite que “se actuó con rapidez”, aunque los testimonios desde Veracruz, Hidalgo y Puebla la desmienten. Comunidades enteras siguen sin luz, sin agua y sin ayuda. La tragedia se gestiona desde un escritorio, con mensajes de coordinación y fotografías bien producidas, en campo, la gente cava con las manos para rescatar lo que el agua se llevó.
El discurso oficial insiste en que fue un fenómeno “atípico”, el argumento perfecto para evadir responsabilidad, pero lo atípico no son las lluvias, sino la pasividad. México vive desastres naturales cada año y cada gobierno reacciona igual: tarde, mal y con un boletín de consuelo.
La naturaleza no avisa dos veces, pero el poder nunca aprende. Cuando la presidenta dice que “era difícil saberlo”, lo que realmente confiesa es que nadie quiso escuchar los avisos.

