CDMX.- La presidenta Claudia Sheinbaum pidió en voz baja (pero con el micrófono encendido) al secretario de Salud, David Kershenobich, que omitiera mencionar los municipios afectados por las lluvias durante la conferencia matutina. Lo dijo casi al oído, aunque el sonido traicionó la intención: “No digas municipios afectados”. Una frase corta que revela más que todo su discurso posterior.
El gesto no fue casual. Mientras el país contabiliza 64 muertos, 65 desaparecidos y más de un centenar de municipios devastados por las lluvias de principios de octubre, el gobierno intenta administrar la tragedia como si fuera una variable de comunicación. No se trata de informar, sino de controlar el relato. Si no se dice, no existe.
El secretario Kershenobich cumplió la instrucción al pie de la letra. Habló de hospitales operando, de brigadas de vacunación y de infraestructura “sin daños mayores”, pero omitió los nombres, los rostros y las comunidades bajo el agua. El reporte sonó más a boletín que a diagnóstico.
La omisión es tan grave como la emergencia. La gente en Veracruz, Hidalgo y Puebla no necesita que le oculten la magnitud del desastre: la vive. Lo que busca es ayuda, presencia y transparencia. Pero en Palacio Nacional se prioriza la narrativa de eficiencia antes que el reconocimiento del dolor.
El micrófono abierto desnudó el reflejo del poder: censurar la realidad antes que enfrentarla. No fue un error técnico, fue una revelación política. En este gobierno, la tragedia se mide por su efecto mediático, no por sus víctimas.

