CDMX. — Como si la política mexicana necesitara más reciclaje, Alejandro “Alito” Moreno, dirigente nacional del PRI, decidió volver a ponerse bajo los reflectores y “destaparse” como posible candidato presidencial para 2030.
El anuncio, hecho durante una entrevista en televisión, fue tan predecible como su guion: aseguró que el PRI “tiene con qué” para derrotar a Morena y que el partido “volverá a Los Pinos” gracias a su liderazgo.
Sí, leyó bien, el mismo PRI que apenas sobrevivió a la elección de 2024 y que hoy no puede llenar un salón sin renta de acarreados, ahora sueña con regresar a la grande.
Alito, fiel a su estilo, habló de “renovación”, “unidad” y “potencial”, aunque su propio historial político contradice cada palabra. Bajo su mando, el tricolor perdió bastiones históricos, diluyó su identidad en alianzas desesperadas y se convirtió en un partido que ya no inspira ni a su militancia más veterana.
Lo irónico es que mientras él se autopromueve como el salvador del PRI, las denuncias por enriquecimiento inexplicable y la falta de rendición de cuentas siguen persiguiéndolo como su sombra más fiel. Pero, claro, en su narrativa, los problemas del partido son culpa de “la guerra sucia” y de “los medios vendidos”.
Con su ya famoso tono triunfalista, Moreno aseguró que el PRI “está más vivo que nunca” y que en 2030 “la gente sabrá reconocer quién tiene experiencia para gobernar”. Lo que no aclaró fue si hablaba de experiencia en hacer política… o en hacer malabares con el presupuesto.
En un país donde la clase política parece no tener espejo, el “destape” de Alito no sorprende: es el reflejo de una vieja guardia que no sabe leer los tiempos ni entender que su ciclo terminó.
Porque si algo ha demostrado el dirigente tricolor es su capacidad para sobrevivir al ridículo, aferrarse al poder y reinventarse como candidato cada vez que siente que el olvido lo ronda.
