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“Cultura vial en rojo: la trampa cotidiana de la Vía Rápida Alamar”

En la intersección de la Vía Rápida Alamar con el bulevar Lázaro Cárdenas rumbo a la 5 y 10, los automovilistas suelen improvisar hasta tres carriles. Lo que parece una “salida rápida” se convierte en un cuello de botella que arrastra kilómetros de tráfico. El problema no es nuevo: falta de señalamientos claros, poca vigilancia y hábitos al volante que ya se normalizaron. Mientras tanto, cientos de tijuanenses pierden tiempo todos los días en un punto crítico que pudo resolverse hace años. El tráfico no lo hacen los carros, lo hacemos nosotros.

En Tijuana hay embotellamientos que ya se convirtieron en parte del paisaje urbano, uno de ellos el que se forma en la intersección de la Vía Rápida Alamar con el bulevar Lázaro Cárdenas rumbo a la 5 y 10, es un ejemplo claro de cómo la falta de cultura vial se combina con la ausencia de planeación para crear un problema que parece eterno.

Los automovilistas llegan a ese punto y sin mayor reparo, inventan un tercer carril improvisado, lo que en la lógica de cada conductor representa “avanzar más rápido” termina siendo lo contrario: un cuello de botella que arrastra kilómetros de tráfico hacia atrás, la suma de pequeños actos individuales se traduce en una pesadilla colectiva, especialmente en las horas pico cuando moverse unos metros puede tardar eternidades.

El asunto no es solo de comportamiento al volante. Hay un factor institucional evidente: durante años la autoridad no ha colocado señalización clara ni ha reforzado operativos de tránsito en esa intersección, la confusión se normalizó y los malos hábitos se multiplicaron. En otras ciudades, un cruce mal diseñado se corrige con ajustes de ingeniería vial o con campañas permanentes de educación. Aquí parece más sencillo resignarse al caos.

Lo preocupante es que estos puntos críticos no son casos aislados. La Vía Rápida, diseñada como arteria principal, acumula problemas similares en varios tramos, el crecimiento desordenado de la ciudad la desbordó y el resultado es una infraestructura que funciona a medias, donde cada automovilista intenta resolver con astucia individual lo que debería atenderse desde la planeación colectiva.

Quizá lo que más se necesita es recuperar una noción básica: respetar las reglas no es un capricho, sino la única forma de que la ciudad funcione para todos. Mientras tanto, la Vía Rápida Alamar seguirá recordándonos que el tiempo perdido en el tráfico es, al final, una consecuencia compartida.

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