Mexico .-El primer informe de gobierno de Claudia Sheinbaum no fue solo una rendición de cuentas: fue una puesta en escena política que marcó distancia con quienes ayer parecían aliados poderosos. El episodio más visible y simbólico fue el relegamiento de figuras como Adán Augusto López, Ricardo Monreal, Luisa María Alcalde y Andy López Beltrán a filas subordinadas, detrás de vallas, lejos de la primera fila reservada para los gobernadores y funcionarios de mayor confianza.
Ese acomodo no fue azaroso ni neutral. Hace apenas un año, esas mismas figuras le dieron la espalda a Sheinbaum: ignoraron saludos, prefirieron una selfie antes que atender su paso, ahora la mandataria les asigna una posición visual que deja claro quién manda de verdad. El mensaje es duro para quienes soñaban con seguir conduciendo el rumbo interno de Morena.
Al centrar la primera fila en personajes de su plena confianza como Omar García Harfuch o miembros de su cercanía política, Sheinbaum subraya que ya no hay favores por antigüedad ni lealtades indiferentes. Monreal y Adán habían sido coordinadores parlamentarios determinantes; ahora, su bajón físico es también simbólico: su protagonismo se minimiza.
No necesariamente se trata de un acto de venganza, aunque sí hay dosis de sanción política. Sheinbaum necesita consolidar su autoridad interna y mostrar que no tolera impunidad ni autonomías paralelas dentro del partido. Al colocar a esos liderazgos “fuera del círculo luminoso”, envía una advertencia: quien quiera sobresalir, debe hacerlo desde su decisión, no cruzándole.
Pero el riesgo es evidente. Relegar a pesos pesados puede fracturar la cohesión interna de Morena. ¿Cuánto soporte le queda a una presidencia que margina a figuras fuertes? ¿Se le doblarán o le harán bloqueo interno? Este informe no solo cuenta resultados: define jerarquías. El poder no se hereda, se ejerce. Y Sheinbaum lo dejó claro con esa fila invisible.
