En política nada es casualidad y mucho menos en Morena, la renuncia de Jesús Alejandro Ruiz Uribe como delegado federal de Programas para el Bienestar en Baja California fue leída por muchos como el arranque de un movimiento mayor. Desde el centro del país empiezan a soplar vientos de respaldo y no es secreto que en las quinielas rumbo al 2027 su nombre aparece con fuerza.
Ruiz Uribe ha sabido moverse con cautela, se declaró “claudista” desde que ella era corcholata, alineándose con la presidenta Claudia Sheinbaum, pero y sin atarse al proyecto de Marina del Pilar. Esa distancia le ha permitido presentarse como un perfil distinto dentro de la misma familia política, con margen de maniobra y sin cargar con los costos de la actual administración estatal. En un Morena fracturado en corrientes, esa diferencia es una ventaja estratégica.
Las críticas no han faltado: presunta promoción anticipada, el uso de la Fundación Ruiz Uribe para proyectar su apellido y las denuncias que, en su momento, llegaron al IEEBC, sin embargo, todo quedó en nada tras su salida de la delegación, como si el capítulo se hubiera cerrado antes de abrirse, sus opositores quisieron etiquetarlo de manera prematura pero la política tiene algo de boxeo: lo importante no es el golpe, sino mantenerse de pie.
En los eventos públicos, Ruiz Uribe sigue generando respaldo visible, no es el más ruidoso ni el más confrontativo, pero tiene la ventaja de haber sido puente entre la federación y los bajacalifornianos durante años de programas sociales. Esa huella, más allá de debates técnicos sobre su gestión, le da un capital político difícil de borrar y de alcanzar.
El 2027 todavía luce lejano, aunque en política el tiempo corre más rápido que el calendario, si Morena busca un perfil que sume desde la narrativa nacional y al mismo tiempo conecte en el terreno local, Ruiz Uribe parece decidido a demostrar que es esa opción. Sus movimientos, calculados y medidos, indican que no improvisa.
