Después de semanas de rumores, contagios y escuelas cerradas, el gobierno de Baja California finalmente reaccionó ante el brote del virus Coxsackie. La respuesta: suspender clases un viernes para realizar una “limpieza profunda” en los planteles, un anuncio que suena a acción preventiva, aunque en realidad huele a improvisación.
La Secretaría de Educación convocó a docentes, directivos y padres de familia a desinfectar las escuelas de Tijuana, Tecate, Rosarito, Ensenada y San Quintín. Una medida que parece más un acto simbólico que una estrategia sanitaria real. Porque el virus no sólo se ha extendido entre los niños, también ha contagiado la confianza en las autoridades educativas, que se mantuvieron en silencio mientras el problema crecía.
Durante semanas, las familias alertaron sobre síntomas y contagios en sus comunidades escolares sin obtener una sola respuesta oficial. Hoy, las autoridades aparecen con cubetas y cloro, como si un día de limpieza bastara para borrar la negligencia de todo un mes. Nadie ha explicado por qué no se emitió una alerta o se aplicaron filtros sanitarios desde el primer caso.
El mensaje es claro: la prevención no fue prioridad. Lo importante era mantener la calma, no la salud. Sólo cuando los reportes y las quejas saturaron las redes, el gobierno decidió reaccionar. Pero lo hizo con una medida más pensada para la foto que para la protección de los niños.
El brote de Coxsackie pasará, pero quedará el reflejo del poder público: actuar tarde, minimizar los problemas y maquillar la ineficiencia con operativos relámpago. En Baja California no se gobierna con planeación, sino con trapeador.
